Perdiéndonos un rato.

Tal vez si el calor no hubiera sido tan insoportable, si no los hubiera hecho hervir, si no los hubiera cansado. Tal vez si no se hubieran gritado, si no hubieran roto esa (in)cómoda superficie en la que estaban parados. Tal vez si amar no diera miedo. Tal vez si hubiera un rumbo fijo, un camino establecido de antemano que no diera lugar a tantas opciones inciertas. Tal vez si no se hubieran perdido... Pero si, todos nos perdemos de tanto en tanto.

Los rayos del sol los golpeaban más y más fuerte, esa estrella que se sitúa en el centro del cielo y los aturde sin intención. Había sido un enero de aguantar tormentas y 40°, pero hoy ya no podían más. Martín caminaba sin su camisa en círculos, Olivia estaba sentada contra una pared y trataba de tapar el sol con su remera. Se gritaban de un lugar hacia el otro ¿Se oían?

-          ¿Estas siguiendo mi voz? – pregunta Olivia por cuarta vez.
-          ¡Si, Olivia, si! – responde malhumorado. - ¿Por qué carajo nos metimos acá? – pregunta él por décima vez.
-          Porque te encaprichaste con la idea de ver el puto laberinto. – murmura enojada.

Es que era un laberinto de kilómetros con señales confusas y más de una salida. En su desesperación habían decidido tomar caminos distintos pero en vez de ayudar(se) profundizaron el problema. Como siempre pasa cuando uno quiere hacerlo todo solo. Hace horas daban vueltas y la mochila de cansancio se iba llenando con piedritas de estrés, de impaciencia, de enojo. Piedras rebeldes que se lanzan casi sin autorización.

-          Martín… - Él sin poder verla puede imaginarla con el pelo castaño jugando entre sus hombros, los dedos inquietos y mordiéndose el labio inferior.
-          ¿Qué pasa? – porque si, ella  había usado ese tono de voz que indica que algo pasa.
-          ¿Por qué dejaste el trabajo? – pregunta con los nervios a flor de labio, tirando la primera piedra de la mochila. Martín frena en seco.
-          ¿Cómo sabes eso? – Olivia calla, Martín se desespera. – Olivia… ¿Cómo sabes eso?
-          Porque te llamaron cuando estabas en la estación de servicio y querían saber cuándo ibas a buscar tus cosas. – dice apresuradamente casi como sin querer decirlo, pero si quiere.
-          ¿Y porque contestaste mi celular?
-          Mierda. – murmura. ¿y ahora? – Porque… porque sí. – Martín, harto (un poco harto) del tema, tira su camisa contra una pared.
-          ¿Cuántas veces tenes que escucharme decir que no hay nadie más? – Olivia no responde y Martín suspira agarrándose la cabeza. – Estoy solo con vos. Me está yendo mal en otras cosas, por eso estoy
“raro”.

Olivia no le contesta, sabe que está siendo infantil. No es que Martín sea infiel, de hecho nunca podría serle infiel. Pero por primera vez ella había tomado la decisión de dejarse caer en alguien más. De dejarse atajar por la espalda de lunares de Martín, por su sonrisa de costado y sus ojos marrones achinados de tanta vida. Estaba depositando toda su confianza en él, ahora estaba dando todo de sí misma en ellos.

-          Además… Vos seguís hablando con Pablo y ¿dije algo alguna vez? – es el turno de Martín de tirarle una piedra, y que impacto.
-          ¡Vos sabes que no puedo dejar de hablar con él! – le contesta exasperada parándose del suelo. Martín no entiende, no entiende que Pablo no significa nada, y nunca lo va a entender, no le sale.
-          No te estoy diciendo que dejes de hablar con él. – Martín recoge su camisa y dobla a la derecha. – Estoy mostrando los hechos: ustedes tenían algo, se ven todos los días, y yo calladito.
-          ¿Y yo te pedí que te quedes callado? – pregunta enojada ella. - ¡Si vos decidís guardarte las cosas no me culpes a mí! Si algo te molesta, decilo.
-          Si Olivia, me rompe los huevos que hables con Pablo, pero como sé que no te importa lo que piense del tema, mejor no hablamos y nos evitamos la pelea.
-          ¿No hablamos? Si, así vamos a solucionar todo… - Martín dobla a la izquierda. – ¡Luz es mi ahijada, no puedo dejar de hablarle a su papá porque la veo todo el tiempo! Vos sabes lo mucho que la quiero.
-          Y sé lo mucho que lo quisiste a él. O que lo queres.
-          ¡Eso no tiene nada que ver Martín! Acá el problema es que vos no me decís las cosas. ¿Cómo queres que haga? ¿Que adivine si algo te molesta? ¿Que adivine cuando preferís ir a ver a tus amigos que a mi familia?
-          Bueno no es tan difícil adivinar eso… Usemos la lógica y pensemos en por qué alguien querría ir a ver a los locos de tu familia.
-          ¡Y ahí vamos de vuelta! – Olivia empieza a caminar. – No metas en la ecuación a mi familia y conviertas esto en algo que no es. No seas tan cobarde y admití que me estas ocultando cosas, Martín. ¡Vos mismo me lo dijiste recién: estás raro!

Martín deja que Olivia hable, y hable, y hable. Que lo ama, que no entiende porque no le quiere contar las cosas, que ella así no puede seguir. Que si él quiere un tiempo, si tiene dudas, si se las quiere sacar, está bien pero que se lo diga. Y en algún momento de todo el monólogo de Olivia, Martín ya no puede escuchar su voz y sabe que alguno de los dos (o quizás ambos) se adentró en el laberinto. Y están perdidos.
Martín le vuelve a pegar a las paredes, se enoja, se sienta, se para. Piensa. Tal vez Olivia tiene razón, tal vez un tiempo. Él sabe que la ama pero está confundido, Pablo no es el problema, la familia de ella no es el problema, ella no es el problema. Por patético y cliché que suene, el problema es él. De repente su vida es una serie de dudas, no sabe si su trabajo lo hace feliz, se siente presionado por sus amigos que tienen hijos y por sus amigos que viajan por el mundo, quiere probar cosas nuevas pero no quiere dejar de reír con Olivia. Él no sabe (o no quiere saber) lo que quiere.
Olivia siente que camina en círculos. Lucha con sus ojos, se niega a dejar caer una sola lágrima. Lo conoce, sabe que esto solo tiene una salida posible, que la va a dejar. Eso es lo que más le duele, saberlo y tener que insistirle para que se lo diga. Olivia no quiere que se forme en ella un agujero. Porque eso es lo que va a pasarle, se va a crear en ella un lugar vacío y no va a haber clavo para taparlo.

-          ¿Martín?
-          ¿Olivia?

En medio del silencio, del calor de verano, de las palabras que no dejan salir, se escuchan de vuelta. Y qué miedo. Se gritan un rato, se confunden de camino, van a la derecha o a la izquierda, no importa son todos lugares sin salida. Se gritan de vuelta, se gritan más fuerte, se encuentran. Martín tiene la camisa en mano, llena de tierra, Olivia dejó su remera por algún lugar que ya no recuerda. Los dos tienen los ojos brillando de agua, la respiración agitada de cansancio o de susto, el dolor trepado en sus cuerpos. Se besan. Se besan con sabor a todo, con sabor a miedo también.

-          ¿Qué nos pasa? – se anima a preguntar Olivia.
-          Pasa que… Son muchas cosas Oli.

Empezaron a caminar, por el simple hecho de que eso te evita mirarle los ojos al otro. ¡Y qué difícil es mirar a alguien a los ojos! Así que ahí, incómodos, pero tomados de las manos, hablaron. Que Martín la amaba, mucho la amaba, pero que quería probar cosas nuevas, que quería probarse sin ella. Doblan a la derecha sin soltarse la mano. Que el trabajo no le gustaba y ella ni se había dado cuenta, pero que no la culpaba porque sabía que tenía otras cosas. Olivia que trabaja mucho y viaja todo el tiempo, que se hace cargo de su hermano, de Luz, de ella también. Vuelven a doblar a la derecha, están transpirando, tienen sed, no les importa. Martín no sabe lo que quiere, pero sabe que no quiere lastimarla.
Olivia sabe que Martín esta enredado, se le nota a kilómetros. No quiere presionarlo, no quiere obligarlo a nada, no quiere verlo mal. Pero ella está segura que esto se le va a pasar, que si ella no le hubiera gritado, que si no hubieran estado en un laberinto, que si no tuvieran sed o hambre o calor, él lo habría pensado mejor. ¿Y si no se le pasa? ¿Y si no la ama tanto como ella (y él) quiere creer? Olivia no quiere que la deje.
 Las palabras los van distanciando cada vez más, como si no importara que están en un lugar angosto, como si de repente se quebrara el piso, las paredes, y el mismo mundo se las arreglase para formar un abismo entre sus cuerpos. Por eso ella no le suelta la mano: es mantener el contacto, saberse cercanos por un rato más. Y él sigue sin soltarla.
Y cuanto más perdidos se sienten, aparece un cartel borroso: Paciencia para salir del nudo. Paciencia. Martín le pide paciencia, que ella haga lo que quiera, que salga con otra gente si quiere, pero que tenga paciencia con él, que no le cierre la puerta para siempre. Que le de unos días. Y ahí está, se lo dijo aunque no estaba seguro. Unos días.

No se dan cuenta, pero el agujero ya se empezó a formar. A Olivia se le van los domingos de café, las historias para dormir y los besos tiernos que se convierten en guerra. De Martín se van alejando una infinidad de sonrisas, esa chispa que puede hacer volar una ciudad por los aires, su salva vidas.

La salida a tres metros. Paran, se miran a los ojos y duele. Martín le pone su camisa a Olivia, le da un beso en la frente, le suelta la mano.

Se suben al auto en silencio, prenden el aire acondicionado y ponen música. Deciden no hablar a hablar de cualquier cosa para evitar el silencio: mejor no faltar el respeto a sus corazones. Así que miran el camino mientras las lágrimas los van limpiando.

Al laberinto entraron juntos y salieron de la mano. Casi. Martín está confundido, Olivia lo respeta. Ninguno se da cuenta de que habían tomado la decisión de entrar juntos al laberinto y de que, de a dos, habían encontrado la salida. Que sí, que había sido un enero de tormentas y 40°, pero que el tiempo se calma, las estaciones cambian, el año sigue. Que el corazón es un laberinto de caminos misteriosos y su salida a veces es encontrarse con otro corazón, a veces no.
No te preocupes, todos nos perdemos de tanto en tanto.

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