Las hojas, el océano, la lluvia
Hay algo en la forma en la que el
viento hace bailar las hojas de los árboles. Como si les contará un secreto y
ellas se sintieran halagadas. El mismo secreto con el que se pasea Sofía por
ahí. Camina dando saltitos y tiene esa sonrisa de orgullo y misterio.
Yo estoy seguro que tiene el mismo secreto que las hojas, que el océano y la lluvia. Se le nota a lo lejos: Sofía tiene los ojos explotando de sabiduría.
Y yo quiero saber. Me muero de ganas de que me cuente como hace para que el mar no la trague. ¿Cuál es el truco para que el viento te acaricie en vez de darte golpes secos?
- Fracaso una y otra vez.
Con todo. No estoy hablando de mi trabajo de diez horas o de mi estudio de ocho. No me refiero a los amigos, o a las relaciones que me suelen durar poco. No, es peor.
- Es como dice Damián: fracasar en esto de vivir.
Correr al amanecer, darme duchas largas sin preocuparme por el agua caliente, viajar los fines de semana, ver el atardecer, leer un buen libro, conocer África, aprender a cocinar, aprender otro idioma, hacer yoga, observar las estrellas, ayudar a alguien, abrir cabezas, generar cambios, anim...
- ¿Me estas escuchando? – interrumpe, queriendo llamar la atención, el chico.
- Sí, sí. Decías algo de, de, de...
- No hay caso. - dice Federico y se ríe. - Pasa Sofía y se te olvida el mundo.
- Es que ella tiene el…
- Secreto. - me imita Federico haciendo eso que hago yo de entrecerrar los ojos, como si mirándola así pudiera descifrar algo. - Vos estás loco. ¿Qué es lo que te tiene así?
- Siento como se me escapan los días y yo sin hacer nada de lo que quiero. Es como si estuviera suspendido en un cubo a millones de metros sobre el cielo, por afuera hay dos botones: uno que te lleva de viaje hacia otro destino, el otro abre el suelo y te lanza al vacío. Siempre hay una persona jugando con mis botones pero no hace nada, me deja ahí. Quiero viajar o quiero caerme, pero ¿Esperar? No. No me gusta estar así, colgado, viviendo sin vivir.
Federico me mira y no dice nada. Está en sus jóvenes 12 años y en realidad no sabe muy bien que contestarme. Está un poco acostumbrado a esto de que yo le cuento mis miedos y no suele escucharme, sólo se sienta conmigo para molestar a su papá.
Sofía está hablando con un mozo nuevo, Javier o Xavier, y le pide un té. Siempre toma té, a veces incluso toma tres tazas compulsivamente mientras lee vaya a saber uno que.
- Fede deja de molestar en la caja. - dice una voz gruesa, su viejo.
- No molesta jefe. - le respondo y me desprecia con una mirada.
Federico se queda a mi lado abriendo y cerrando la caja de la plata, con el deseo de romperla o de generar un ruido innecesario.
- Anda a hablarle. - me dice cuando se cansa de verme mirarla, yo le sonrió y me quedo en mi lugar.
Sofía debe tener unos 24 años, lleva 2 de casada y 15 de viajes. Tiene el pelo largo rozándole las caderas, hoyuelos en los cachetes y siempre trae una flor. Supongo que su piel es suave, que le gusta la música en español y que prefiere las películas de miedo a las de amor. En realidad no sé mucho de ella, solo que el mundo es suyo.
- Dale, anda. - insiste Federico.
Sofía está muy concentrada en su libro, está sonriendo por algo que alguien dijo o hizo en ese mundo de mentira. No quiero molestarla. Además no sabría que decirle.
No es muy común que se te acerque alguien para saber tu secreto.
- Me va a oler la desesperación y va a salir corriendo.
- No es tan difícil olerla. - me dice Federico muy gracioso.
- No seas pavo - no me contento y le doy un golpecito en la nuca.
- Ay
- Ay me duele, me duele.
Me está por decir algo o devolver el golpe pero Sofía se ríe. Lanza una carcajada fuerte como un tornado. Sigue mirando su libro como si fuera lo más gracioso del mundo y se muerde los labios para evitar lanzar otra carcajada. Se pone una mano en la boca y se traga su propio sonido. Tiene las piernas cruzadas y las aprieta, juro que se va a hacer pis de la risa. Nunca había visto algo tan...
- Ups.
- ¡Federico la puta madre!
El agua me gotea, el pelo está empapado y me mojó toda la camisa. Federico me mira con la expresión que todos los niños y adolescentes nacen sabiendo, esa que dice "me mande una cagada".
Estoy a punto de abalanzarme a él pero se me adelanta y sale corriendo.
- ¡Te voy a...
Una risa.
Me interrumpe su risa.
- ¿Necesitas ayuda?
Sofía me está hablando pero no espera respuesta, viste una sonrisa tranquila mientras se acerca a limpiarme la cara con una servilleta. Sin ninguna vergüenza, se mueve como si los espacios personales no existieran, no se da cuenta que ella lo invade todo.
- Gracias. - le digo como puedo, tratando de sonreír y de parecer tranquilo al mismo tiempo. Seguro le parezco un monstruo.
- De nada, León. - No sabía que ella sabía mi nombre. - ¿León, verdad? - asiento con la cabeza y me sonríe, le respondo con otra sonrisa, así espontánea. - ¿Me das la cuenta? - me pregunta buscando plata en un bolso.
Sofía siempre se acerca a pedir la cuenta, creo que es parte de su rutina. A mí me gusta pensar que viene hasta la caja porque no quiere irse del bar sin hablar con todos.
Le doy la cuenta, quisiera hacerle un descuento, decirle que le regaló yo uno de los tés. El jefe me mata. O peor, me echa. Igual parece que ella con la plata no tiene problema porque paga y deja una propina.
- Gracias de vuelta. - le digo señalando mi cabeza, mojada ¿Por qué me auto señale?Tengo que decir algo, otra cosa, antes de que se vaya. - Che... - ¿En serio, che? Sofía me está mirando, me está mirando intrigada, nunca me había mirado intrigada. - ¿Te puedo invitar un café algún día? Digo, un té.
No la quiero mirar, en realidad no quiero ni escucharla, no quiero nada. Quiero no haberle preguntado. Pero la miro con los ojos grandes y muertos de miedo, la escucho como si su voz fuera un alfiler callando, y quiero todo.
- Me encantaría.
Yo estoy seguro que tiene el mismo secreto que las hojas, que el océano y la lluvia. Se le nota a lo lejos: Sofía tiene los ojos explotando de sabiduría.
Y yo quiero saber. Me muero de ganas de que me cuente como hace para que el mar no la trague. ¿Cuál es el truco para que el viento te acaricie en vez de darte golpes secos?
- Fracaso una y otra vez.
Con todo. No estoy hablando de mi trabajo de diez horas o de mi estudio de ocho. No me refiero a los amigos, o a las relaciones que me suelen durar poco. No, es peor.
- Es como dice Damián: fracasar en esto de vivir.
Correr al amanecer, darme duchas largas sin preocuparme por el agua caliente, viajar los fines de semana, ver el atardecer, leer un buen libro, conocer África, aprender a cocinar, aprender otro idioma, hacer yoga, observar las estrellas, ayudar a alguien, abrir cabezas, generar cambios, anim...
- ¿Me estas escuchando? – interrumpe, queriendo llamar la atención, el chico.
- Sí, sí. Decías algo de, de, de...
- No hay caso. - dice Federico y se ríe. - Pasa Sofía y se te olvida el mundo.
- Es que ella tiene el…
- Secreto. - me imita Federico haciendo eso que hago yo de entrecerrar los ojos, como si mirándola así pudiera descifrar algo. - Vos estás loco. ¿Qué es lo que te tiene así?
- Siento como se me escapan los días y yo sin hacer nada de lo que quiero. Es como si estuviera suspendido en un cubo a millones de metros sobre el cielo, por afuera hay dos botones: uno que te lleva de viaje hacia otro destino, el otro abre el suelo y te lanza al vacío. Siempre hay una persona jugando con mis botones pero no hace nada, me deja ahí. Quiero viajar o quiero caerme, pero ¿Esperar? No. No me gusta estar así, colgado, viviendo sin vivir.
Federico me mira y no dice nada. Está en sus jóvenes 12 años y en realidad no sabe muy bien que contestarme. Está un poco acostumbrado a esto de que yo le cuento mis miedos y no suele escucharme, sólo se sienta conmigo para molestar a su papá.
Sofía está hablando con un mozo nuevo, Javier o Xavier, y le pide un té. Siempre toma té, a veces incluso toma tres tazas compulsivamente mientras lee vaya a saber uno que.
- Fede deja de molestar en la caja. - dice una voz gruesa, su viejo.
- No molesta jefe. - le respondo y me desprecia con una mirada.
Federico se queda a mi lado abriendo y cerrando la caja de la plata, con el deseo de romperla o de generar un ruido innecesario.
- Anda a hablarle. - me dice cuando se cansa de verme mirarla, yo le sonrió y me quedo en mi lugar.
Sofía debe tener unos 24 años, lleva 2 de casada y 15 de viajes. Tiene el pelo largo rozándole las caderas, hoyuelos en los cachetes y siempre trae una flor. Supongo que su piel es suave, que le gusta la música en español y que prefiere las películas de miedo a las de amor. En realidad no sé mucho de ella, solo que el mundo es suyo.
- Dale, anda. - insiste Federico.
Sofía está muy concentrada en su libro, está sonriendo por algo que alguien dijo o hizo en ese mundo de mentira. No quiero molestarla. Además no sabría que decirle.
No es muy común que se te acerque alguien para saber tu secreto.
- Me va a oler la desesperación y va a salir corriendo.
- No es tan difícil olerla. - me dice Federico muy gracioso.
- No seas pavo - no me contento y le doy un golpecito en la nuca.
- Ay
- Ay me duele, me duele.
Me está por decir algo o devolver el golpe pero Sofía se ríe. Lanza una carcajada fuerte como un tornado. Sigue mirando su libro como si fuera lo más gracioso del mundo y se muerde los labios para evitar lanzar otra carcajada. Se pone una mano en la boca y se traga su propio sonido. Tiene las piernas cruzadas y las aprieta, juro que se va a hacer pis de la risa. Nunca había visto algo tan...
- Ups.
- ¡Federico la puta madre!
El agua me gotea, el pelo está empapado y me mojó toda la camisa. Federico me mira con la expresión que todos los niños y adolescentes nacen sabiendo, esa que dice "me mande una cagada".
Estoy a punto de abalanzarme a él pero se me adelanta y sale corriendo.
- ¡Te voy a...
Una risa.
Me interrumpe su risa.
- ¿Necesitas ayuda?
Sofía me está hablando pero no espera respuesta, viste una sonrisa tranquila mientras se acerca a limpiarme la cara con una servilleta. Sin ninguna vergüenza, se mueve como si los espacios personales no existieran, no se da cuenta que ella lo invade todo.
- Gracias. - le digo como puedo, tratando de sonreír y de parecer tranquilo al mismo tiempo. Seguro le parezco un monstruo.
- De nada, León. - No sabía que ella sabía mi nombre. - ¿León, verdad? - asiento con la cabeza y me sonríe, le respondo con otra sonrisa, así espontánea. - ¿Me das la cuenta? - me pregunta buscando plata en un bolso.
Sofía siempre se acerca a pedir la cuenta, creo que es parte de su rutina. A mí me gusta pensar que viene hasta la caja porque no quiere irse del bar sin hablar con todos.
Le doy la cuenta, quisiera hacerle un descuento, decirle que le regaló yo uno de los tés. El jefe me mata. O peor, me echa. Igual parece que ella con la plata no tiene problema porque paga y deja una propina.
- Gracias de vuelta. - le digo señalando mi cabeza, mojada ¿Por qué me auto señale?Tengo que decir algo, otra cosa, antes de que se vaya. - Che... - ¿En serio, che? Sofía me está mirando, me está mirando intrigada, nunca me había mirado intrigada. - ¿Te puedo invitar un café algún día? Digo, un té.
No la quiero mirar, en realidad no quiero ni escucharla, no quiero nada. Quiero no haberle preguntado. Pero la miro con los ojos grandes y muertos de miedo, la escucho como si su voz fuera un alfiler callando, y quiero todo.
- Me encantaría.
Hay algo en la forma en la que el
viento hace bailar las hojas de los árboles. Como si les contará un secreto y
ellas se sintieran halagadas. El mismo secreto con el que se pasea León por
ahí. Se desliza como si pudiera manejar el aire y tiene esa sonrisa de orgullo
y misterio.
Yo estoy segura que tiene el mismo secreto que las hojas, que el océano y la lluvia. Se le nota a lo lejos: León tiene los ojos explotando de sabiduría.
Y yo quiero saber.
- ¡Zoé, mira quién viene ahí! - me susurra mi hermanita.
- No hay caso, fracaso una y otra vez.
Yo estoy segura que tiene el mismo secreto que las hojas, que el océano y la lluvia. Se le nota a lo lejos: León tiene los ojos explotando de sabiduría.
Y yo quiero saber.
- ¡Zoé, mira quién viene ahí! - me susurra mi hermanita.
- No hay caso, fracaso una y otra vez.
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